sábado, 10 de enero de 2015

Ese fraude llamado “Estado”, por Hans-Hermann Hoppe

Traducción por Josep Purroy.

 

 

Ese fraude llamado “Estado”, Hans-Hermann Hoppe

 

  Murray Rothbard una vez describió al Estado como una banda de ladrones en grande. Y si se mira de cerca, verás que hay un esfuerzo propagandístico enorme hecho por el Estado y los que están a su sueldo -o los que les gustaría estar a su sueldo- para convencernos de que es perfectamente legítimo que una organización esencialmente parasitaria viva a costa nuestra manteniendo un alto nivel de vida, que nos mate (con su policía poco preparada), que nos robe con sus impuestos, que nos obligue a hacer el servicio militar y que controle totalmente nuestra forma de vida.

La motivación fundamental de los que defienden el Estado es saber que, una vez en la máquina pública, ellos tendrán acceso a abultados salarios, puestos de trabajo estables y una pensión integral y completa. Los que están fuera del servicio público abogan por el Estado por saber que éste les dará ventajas en cualquier negociación sindical. Además de estas personas, también hay empresarios que defienden al Estado. Estos están pensando en los subsidios y garantías gubernamentales, jugosos contratos para obras públicas y en el uso general del gobierno para alimentar a sus amigos y debilitar a sus competidores. El Estado, para ellos, es una garantía de riqueza.

En todo lugar, el Estado siempre trata de ganar a costa de los demás. No se ha registrado ningún avance en esta realidad. Podemos cambiar las definiciones y afirmar que, debido a que votamos, nos estamos gobernando a nosotros mismos. Pero eso no cambia la esencia del problema moral del Estado: todo lo que tiene lo ha conseguido a través del robo. Ni un centavo de su presupuesto multimillonario (trillonario, en el caso de EE.UU.) se adquiere mediante el intercambio voluntario.

Los gobiernos dividen la sociedad en dos castas: los que dan obligatoriamente su dinero al Estado y los que ganan dinero del Estado. Para mantener el sistema en funcionamiento, los que dan dinero debe ser numéricamente mucho mayores que los que reciben. Fue así en los primeros días de las naciones-estado y así sigue siendo hoy en día. La existencia de elecciones no cambia la esencia de esta operación.

En los EE.UU., cuando leemos los escritos de los padres fundadores, notamos una gran preocupación acerca de las facciones. Por facciones, los padres fundadores se referían a grupos de personas en guerra entre sí para decidir quién tendría el control sobre el bolsillo de la población. La solución a este problema no fue abolir las diferencias de opinión, sino, más bien, mantener el gobierno en un tamaño mínimo, por lo que las ventajas de ganar el poder eran pequeñas. Puedes limitar el poder de una facción limitando el tamaño del gobierno. Todos los mecanismos creados por los padres fundadores -separación de poderes, el colegio electoral, la Declaración de Derechos- se instituyeron como un medio para lograr este objetivo.

Pero, ¿cómo se produjo toda la distorsión? ¿Cómo pasó que los seres humanos permitiesen que el Estado actual exista? ¿Cómo pasamos a permitir que ellos nos gobernasen de esta manera déspota? ¿Y por qué hay algunos que lo aman, e incluso se inclinan hacia él, tomados por un sentimiento casi religioso en relación al Estado?

Bueno, si piensas en el argumento central a favor del Estado verás que es muy fácil ver un error fundamental en su concepción; y verás que es realmente un milagro que el Estado haya surgido. El argumento a favor de la existencia del Estado es simplemente este: hay una escasez de recursos en el mundo, y debido a esta escasez existe la posibilidad de conflictos entre los diferentes grupos de personas. ¿Qué hay que hacer con los conflictos que puedan surgir? ¿Cómo garantizar la paz entre las personas?

La propuesta hecha por los estatistas, desde Thomas Hobbes hasta la actualidad, es la siguiente: ya que hay conflictos constantes produciéndose, los contratos hechos entre varios individuos no serán suficientes. Por lo tanto, necesitamos un tomador de decisiones supremo que sea capaz de decidir quién tiene razón y quién está equivocado en cada conflicto. Y este tomador de decisiones supremo en un determinado territorio, esta institución que tiene el monopolio de la decisión en un territorio determinado se define como el Estado.

La falacia de este argumento se hace evidente cuando te das cuenta de que, si hay una institución que tiene el monopolio de la última toma de decisiones en todos los casos de conflicto, entonces esta institución también dirá quién tiene razón y quién está equivocado en los casos de conflicto en el que esta misma institución está involucrada. Es decir, no es sólo una institución que decide quién tiene razón o no en los conflictos que tenemos con terceros, sino también es la institución que decidirá quién tiene razón o no en los casos en que esta institución está envuelta en conflictos con otros.

Una vez que te das cuenta de esto, entonces se hace inmediatamente evidente que esta institución puede por sí misma provocar conflictos para, entonces, decidir a su favor quién tiene razón y quién está equivocado. Esto se puede ejemplificar en particular por instituciones como la Corte Suprema de Justicia. Si una persona tiene un conflicto con una entidad gubernamental, el tomador supremo de decisiones -el que decidirá quién tiene la razón, si el Estado o el individuo- es la Corte Suprema de Justicia, que no es más que el núcleo de la misma institución con que ese individuo está en conflicto. Así que, por supuesto, será fácil de predecir cuál será el resultado del arbitraje de este conflicto: el Estado tiene razón y el individuo acusado es culpable.

Esa es la receta para aumentar continuamente el poder de esta institución: provocar conflictos para, a continuación, decidir a favor de sí misma, y luego decirle a la gente que se queja del Estado cuánto deben pagar por estos juicios emitidos por el Estado. Es fácil, entonces, entender esta falacia fundamental presente en la construcción de una institución como el Estado.
 

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